La ansiedad, que creemos tan horrible, ha sido compañera del ser humano desde siempre. Gracias a la ansiedad no nos alcanza un coche a gran velocidad o no caemos por un arroyo. Es nuestro sistema de alerta para la supervivencia. Cuando en la prehistoria nos enfrentábamos a un peligro (un oso, por ejemplo) el sistema nervioso desataba una serie de reacciones fisiológicas (taquicardia, tensión muscular, hiperventilación, etc.) que nos proporcionaban la capacidad para correr o luchar y en ello estaba en juego nuestra propia vida. La ansiedad, es la respuesta del organismo a una amenaza y debe de quedar claro que sin la ansiedad no hubiera sobrevivido el ser humano.
¿Que ocurriría si cuando cruzamos una calle no vemos los coches como un peligro? Esto es fácil de comprender.
Más difícil es comprender por qué para algunas personas la ansiedad se convierte en un enemigo.
La ansiedad responde a su función y deja de ser adaptativa (correspondiente a su naturaleza) cuando el peligro que nuestra mente identifica no es tal (por ejemplo, estar en el metro) o cuando la reacción es exagerada (el peligro existe, pero no justifica la activación de la ansiedad). Subir al metro supone cierto peligro, pero no justificaría la aparición de una crisis de pánico o de un miedo intenso a que algo malo va a suceder.
¿Cuándo decimos que tenemos problemas de ansiedad? Cuando respondemos con un nivel de ansiedad alto en circunstancias en las que el resto de la gente parece no tener problemas.
¿Por qué se llega a tener un nivel de ansiedad tan alto? Sabemos actualmente que causas de los trastornos de ansiedad son genéticas, fisiológicas y cognitivas (del pensamiento). No existe tratamiento farmacológico que sea efectivo por sí solo.
No obstante, en la mayoría de los casos los medicamentos son muy útiles en el tratamiento de la mayoría de los trastornos de ansiedad.
A un nivel de ansiedad tan alto se llega por que la información que recibimos de nuestro entorno a través de nuestros sentidos es procesada en nuestro cerebro de forma errónea. Por ejemplo, si nos encontramos ante un examen de conducir y procesamos esa circunstancia de forma errónea nuestro cerebro entenderá que nos encontramos ante un “león” y desencadenará todos los mecanismos de respuesta ante un “peligroso león”.
Así el corazón bombeará sangre hacia los músculos para que estén preparados a luchar o huir, nuestros pulmones funcionarán más rápidamente con objeto de oxigenar dichos músculos, nuestra visión se agudizará y será más periférica para ver mejor nuestro entorno...etc. Pero una conducta así no puede prolongarse en el tiempo, así que la reacción que nos salvaría caso de ser un peligro real, se convierte en peligrosa en sí misma. Si permanecemos en ese estado durante un tiempo prolongado, es probable que los músculos del cuello se tensen durante demasiado tiempo. Al hacerlo, oprimirán ligeramente las arterias responsables del riego cerebral y nos marearemos. La visión periférica está muy bien pero pasado cierto tiempo distorsiona los objetos haciéndonos sentir que “enloquecemos”. Comenzaremos a respirar deprisa sin que los músculos consuman ese oxigeno el efecto es el contrario. La sangre no se oxigenará correctamente y nuestro cerebro recibirá más CO2 de la cuenta con lo que nos marearemos.
Estaríamos padeciendo e un ataque de pánico. Se considera que alrededor de un 20% de la población ha sufrido alguna vez uno. Pero, ¿por qué de ese 20% solo el 7% vuelve a tener problemas con la ansiedad? Pues porque ellos no dieron a ese episodio de sus vidas más importancia.
Volvamos al examen. Muchas personas se ponen enfermas ante un examen importante. Pero lo atribuyen a causas lógicas (no he desayunado, es una lipotimia, son los nervios, etc). El pequeño 7 % que tendrá problemas con la ansiedad será aquel que decida huir de la situación.
Si evitamos de algo nuestro cerebro lo considerará peligroso y nos hará sentir muy mal la próxima vez.
Puede ser que la reacción sea cada vez más intensa y por tanto el miedo a esa situación será mayor. Bien, entonces lo mejor que puede ocurrir es que se desarrolle una fobia simple, un miedo exagerado a ese lugar.
El cerebro en su funcionamiento hace asociaciones. Si en un aula hay gente y el aula es peligrosa, cualquier sitio donde haya gente lo será. Ya estaríamos ante una fobia social. Por ese camino, el cerebro entenderá que lo mejor es quedarse en casa y estaremos ante la agorafobia.
Así se puede complicar la vida “solo por no haber reaccionado adecuadamente” en una situación o mejor dicho por no haber tenido cerca personas que nos pudiesen aclarar las cosas y aconsejar de forma correcta que era lo que debíamos hacer.
Si alguien nos hubiese enseñado que el proceso de la ansiedad es tan aparatoso como poco peligroso, que es imposible tener un infarto durante un subidón de ansiedad, que jamás nos desvaneceremos porque la ansiedad lo impide, que la sensación de irrealidad no es más que visión periférica, etc.
Bien, pues esto es la ansiedad. Tenemos que convivir con ella (la positiva, claro está) y decidir qué nivel de ansiedad nos vamos a permitir. ¿Que es difícil volver a ponerla como nuestra aliada?. Pues sí. Es necesaria mucha constancia y trabajar mucho en ella.
¿Conocen a alguien que haya batido el récord de la maratón sin haber entrenado cinco o diez años?. Bueno pues esto es lo mismo. Un entrenador que diga qué hay que hacer, un entrenamiento que seguir, tiempo para llevarlo a cabo y el éxito está asegurado. Esto es así.
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